domingo, 1 de abril de 2018

VIDAS A LA INTEMPERIE

Nostalgia del mundo campesino

‘Vidas a la intemperie’ es un trabajo de periodismo, de sociología y de literatura en el que Marc Badal defiende la bondad de la idea del campesino tradicional, sin otra intención que la de denunciar y lamentar que “hemos cambiado un mundo sin paisajes por unos paisajes sin mundo”.

Desde Kropotkin y el modelo soviético, desde Goethe a John Berger, pasando por Vassili Grossman, y sobre todo tras tiempo para la reflexión no solo después de las lecturas, Marc Badal (Barcelona, 1976) construye un libro sobre la vida del campesinado sin otro guion que reflejar lo que queda de las ruinas del campo. Badal parte del principio de horfandad: somos huérfanos de un mundo al que echamos de menos sin ni siquiera habernos dado cuenta de su desaparición. Las conclusiones vienen dadas al principio, cuando se expresa la melodía de los pequeños universos del campesinado: el empeño por alimentar a los de casa y el yugo de quien les roba su trabajo, el gusto por el golpe certero debido a la necesidad de no equivocarse, la observación como herramienta de aprendizaje, la obligación con el de al lado, la supervivencia. Todo ello se irá desarrollando en capítulos breves, en frases breves, expresiones breves como disparos pero poéticas como la nostalgia.
El campesino ha sido, siempre, parte de los oprimidos por la naturaleza de su trabajo, que hereda de sus padres. Parte de la pregunta que trata de resolver Marc Badal es cómo se asume la idea de dejar de existir, cuando ha sido tal la velocidad a la que esto se ha certificado. Lo rural ha sido y es lo bello y lo útil, tanto para el campesino que fue como para el turista que lo ha sustituido a la hora de mantener la economía del campo. Pero el turista no está al margen, el turista no proviene del éxodo rural, pues el campesino que se refugió en la ciudad sigue estando allí al margen, mantiene su condición de marginado. ¿Qué es un campesino cuando triunfa en la ciudad? Ahora mismo, dueño de algo que se conoce como el desierto verde, de un agrosistema de gran explotación con todas sus connotaciones de consumo, de pérdida de ecosistema, de falta de respeto por el entorno, de compra de insumos, de emisiones de gases de efecto invernadero. Frente a este modelo, Badal expone el del campesino tradicional y recurre al que promovió el estado soviético.
MilletY mientras tanto, salta de capítulo en capítulo, de tema en tema, de la huella ecológica al medio rural, del individuo al ecologismo conservacionista, de los momentos históricos que han marcado que el campesino siempre ha estado en el bando perdedor, a la necesidad de su existencia, porque ahora son gente que conserva un significado: gente que reconoce que lo bello y lo útil son una misma cosa. Gente que, frente al estado moderno, se les puede considerar anarquistas naturales, como todo aquel que sostiene la economía de los pobres. Aunque se vieran a sí mismos con el estigma de la inferioridad, alimentando a una sociedad sobre la que no ejercían ninguna influencia, hombres y mujeres cuyas desgracias no importaban a nadie, a merced de la ventisca y el granizo. De ahí que para mantenerse erguidos se necesitaran unos a otros, formaran una comunidad, tal vez la última que se dio en la historia de la humanidad por acuerdo tácito. A pesar de ello, a finales del siglo XIX se les empezó a privar de lo único bueno que les quedaba, ciertas connotaciones bucólicas. Marc Badal, como muchos otros en la actualidad, reivindican la necesidad que tenemos de regresar a ellas, de admirar la bondad que también representaban, la fuerza racial estrechamente relacionada con la tierra, frente a la polución de los aires de la modernidad que se impuso, definitivamente, en el siglo pasado.
Este hermoso trabajo, a caballo entre la sociología y la literatura, de Marc Badal no tiene otra intención que la de ir denunciando, ir lamentando que “hemos cambiado un mundo sin paisajes por unos paisajes sin mundo”. Y el paisaje, lo saben los campesinos como lo sabe la gente de la mar, nos construye con tanta fuerza como los mejores amigos.

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