viernes, 2 de febrero de 2018

EL TURISTA DESNUDO

Viajar después de viajar

Sabiendo que es casi imposible repetir la magnética sensación de un gran viaje, Lawrence Osborne se empeña en llegar a la última frontera: los Kombai de Papúa. Por el camino se detiene en Dubai, Calcuta, Bangkok o Bali, en un delicioso libro escrito con la memoria destilada.

En el último libro de Paul TherouxEl último tren a la zona verde, se dedican cuarenta páginas, las últimas, a una especie de epifanía: la transformación, la revelación del viajero que de repente entiende que ya ha viajado. Lo complicado, sobre todo en el caso de Theroux, es comprender eso por encima del condicionamiento. Al fin y al cabo, sus viajes y sus libros de viajes han sido su vida, su pasión, su alegría. Durante esas páginas, da cuenta de una rendición, y a los setenta y cinco años se repite a sí mismo que tiene que haber otras vidas, otras pasiones, otras alegrías. Tal vez sean las páginas más interesantes de la obra de Theroux. Pero, en ese sentido, un escritor como Gabi Martínez, que también comenzó liándose la manta a la cabeza para emprender viajes y convertirlos en literatura, ya se había adelantado: Voy es una obra algo vanguardista que versa sobre esa epifanía. Theroux decide no amarrarse más al deseo de no envejecer. Gabi Martínez nos explica que después de sumar muchos miles de kilómetros, viajar es una repetición y cambia de proyecto literario. En este libro extraordinario, El turista desnudo, Lawrence Osborneparte de viaje tras sufrir o iluminarse o lo que sea que le sucede, tras ese cambio: “El mundo entero es una instalación turística y el desagradable sabor a simulacro se eterniza en la boca”. Sí, viajar es siempre, a su juicio, una forma más o menos sofisticada de turismo. Porque ya no queda nada exótico.
Literatura de viaje
Kate Ter Haar, Flickr.
Es cierto que, al margen de los polos y las grandes alturas, donde apenas viven bacterias en estado catatónico, el resto del planeta ha sido cartografiado por los viajeros y luego por los turistas. Ya solo quedan los turistas: “Queremos una experiencia nueva…, pero también queremos que esté mercantilizada, que pueda comprarse con dinero…” Y así llega a la misma conclusión que los otros escritores: “En la vida del pacífico cronista de viajes (…) se produce un punto de inflexión, cuando el mundo que se ha pateado durante media vida empieza a parecerle irreconocible. Quiere marcharse, pero no sabe adónde”.  Ese punto de inflexión equivale a lo que los religiosos llaman epifanía. Pues bien, al contrario que Theroux, Osborne coloca esa premisa en el prólogo. Y armado con ella se lanza a un viaje que sigue el trazado de los primeros Grand Tours ideados por los británicos: Dubai, Calculta, Islas Andamán, Bangkok, Bali y Papúa Nueva Guinea.
Papúa Nueva Guinea es el único rincón donde él considera que sigue existiendo algo de exotismo. Y será lo exótico lo que distinga al viajero del turista. De aquí surge un maravilloso libro de viajes que contiene todos los prejuicios de la mejor anglofilia, incluida la intromisión antropológica, pues los antropólogos fueron, en conclusión de Osborne, los últimos viajeros. Margaret Mead o Claude Levi-Strauss no cesan de aparecer mentados en el libro. Los antropólogos, como él, pretenden viajar al mundo perdido a la par que viajar al pasado, algo que, explica Osborne, se reconoce por el sabor a sordidez que uno siente. Osborne parte de una clásica estructura de relato de viajes: la cronológica. Pasa por un Dubai absurdo, grotesco, cómico, un derroche de estupidez. De Calcuta apenas puede sentir otra cosa que no sea el caos, que desdibuja hasta los edificios coloniales. En las islas Andamán no consigue entenderse con nadie, las conversaciones flotan como si cada palabra contuviera un concepto diferente entre los interlocutores. En Bangkok busca el turismo sexual, pero no el clásico, ese que se asemeja a la prostitución, sino el filón de una nueva forma de turismo que se está explotando allí, como es el cambio de sexo a bajo coste; sorprende, por ejemplo, que sean iraníes quienes más lo practican, hombres que se operan para ser mujer. Bangkok, lo reconoce, es hortera; pero también es una ciudad con más posibilidades de ser libre que las que se les supone a las europeas. De Bali refleja la Disneylandia hindú y, finalmente, se instala en Papúa Nueva Guinea, junto con tres acompañantes, para encontrar, por fin, la sorpresa, paisajes que no formaban parte de su mentalidad.
La mentalidad de Osborne, todo hay que decirlo, es muy británica. Los británicos fueron quienes conquistaron Egipto para el turismo y quienes inventaron el ecoturismo, por ejemplo, o al menos eso asegura. Por otra parte, lo confiesa en más de una ocasión, es un gran hedonista, amante de los placeres que se hallan en las ciudades. “Puta naturaleza”, llega a exclamar cuando las olas del mar no le dejan dormir. Esa mentalidad es romántica, reaccionaria (en el sentido de que piensa que las cosas estaban mejor antes que ahora) y un tanto rebelde. Así es como se siente: como si siempre llegara tarde a lo que debería haber llegado. Excepto en las últimas páginas, donde relata a forma de dietario su estancia entre la etnia escogida en Nueva Guinea, los Kombai, de la que deduce que el estudio de campo de los antropólogos es un fastidio. No podía ser otra la conclusión del hedonista. Pero antes y durante esa etapa, con cierta semejanza a El antropólogo inocente, nos ha dejado un puñado de uno de los mejores libros de viajes que se han publicado en la última década.

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