lunes, 8 de enero de 2018

REGRESO A BERLÍN

Regreso a Berlín

Verna B. Carleton

Traducción de Laura Salas Rodríguez
Errata Naturae y Periférica
2017
405 páginas

A partir de un viaje a Alemania que la autora hizo con su íntima amiga la gran fotógrafa Gisèle Freund, Verna B. Carleton tuvo ocasión de conocer el ambiente alemán tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial y el comienzo del llamado “milagro alemán”. Hay mucho de ruinas y mucho de rejuvenecimiento, lo cual es tanto como decir que hay mucho de melancolía en una etapa en la que, obligados a pasar página, los actores secundarios son melancolía en la juventud, derrota en la lucha, dignidad en la pérdida y necesidad de seguir respirando durante la búsqueda de ilusión. La narración, en primera persona, coloca la mirada en una periodista norteamericana que se encuentra a bordo de un viejo barco italiano que navega por el Caribe recogiendo pasajeros para Southampton y Génova. En el barco conoce a un matrimonio inglés que regresa a su país, Nora y Eric Devon. Desembarcados en Inglaterra, la narradora, y nosotros con ella, pues ya somos parte de la tensión narrativa, decide acompañarlos en un viaje a Berlín.
A diferencia de los referentes que designan los editores, Graham Greene o Somerset Maugham, la tensión narrativa proviene de la definición. Nos explicamos. Greene mantiene tensiones en los conflictos morales de los personajes, muchas veces definidos por el reflejo religioso o pseudoreligioso, y Maugham lo fía casi todo a su solvencia magnética, a la inevitable preocupación que sentimos por la suerte de los personajes. La historia que leemos está tan bien construida como la mejor de los maestros y, tal y como hemos expuesto, enseguida acompañamos a los protagonistas, porque es inevitable la empatía y hasta la compasión: no solo comprendemos sus sentimientos, sino que los sentimos. Y para eso es necesario mucha sensibilidad, lo cual quiere decir mucha inteligencia. Todo está en función de la idea base: cómo renacer, cómo resurgir desde el año cero.
Eric, que casi sin querer pasa a ser el actor más importante, es un hombre lleno de prejuicios y rencores, producto de la narración que conoce, tal vez de la mentira que validaba el exilio y de la muerte en la cárcel de su padre. Viaja a Berlín, con la familia en la cabeza, como un tumor, y ni siquiera sabe dónde vive su hermana Käthe. Visitan la vieja casa familiar, convertida en escombros. Buscando en la guía telefónica encuentra su apellido en una dirección que le sorprende, pues se trata de la casa que compró su padre, a la que se mudaron y que suponen confiscada por los nazis. Deciden acudir a ver quién la habita. Es allí donde conoce de primera mano a su tía Rosie. Rosie, que para Eric es la traidora, la que abandonó a la familia a su suerte, apoyada en su marido nazi, la que regentó las llaves de la delación a los de su sangre. A partir de aquí, sucede un cambio dramático que hará de la tía Rosie el personaje más principal de la novela, a su pesar y a pesar de la distancia desde la que la conocemos, pues seguimos tras la mirada de los ojos de la narradora, que acompaña a Eric, un recién conocido.
La novela se convierte entonces en un viaje en el tiempo, un viaje espiritual, físico, emocional y por tanto emocionante, en el que Eric se adentra en “el otro lado”, el que él no vivió y que reconstruyó, del que se hizo una composición de lugar en la que el odio tuvo protagonismo fundamental; es aquí donde más se acerca a Graham Greene, en la obligación a mantener una doble visión sobre los hechos, a proyectar la interpretación desde dos ángulos, ambos sufrientes: el exilio y la derrota de quien sufrió el régimen nazi. Como en Greene, la decencia y la dignidad no son blanco y negro, aunque a los protagonistas, y a nosotros con ellos, les gustaría que fuera: así no se verían forzados a la lucha interior. Todo es más sencillo cuando solo hay rencor, o incluso solo hay miedo: porque el rencor y el miedo dictan fácilmente las normas éticas y heroicas. Pero la supervivencia no es una moral tan sencilla. La tortura interior de Eric, también nos remite a Maugham, sobre todo por el desconcierto, ese no llegar a ver toda el alma del protagonista, o de los protagonistas: Eric y su tía Rosie.
Todo lo demás que cabría decir, es que la novela es un artefacto perfecto: por su estructura, por su escritura, por su sinceridad, por las calidades de la moral que fluyen y por la sensibilidad, es decir, por la inteligencia, de su autora.

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