martes, 23 de enero de 2018

ENTRE LOS CREYENTES

Entre los creyentes
V. S. Naipaul
Traducción de Flora Casas
Debate
Barcelona, 2010
508 páginas



Recuperado tras más de veinte años de olvido (Entre los creyentes fue publicado por primera vez en España en 1984 por la editorial Quarto), este texto construido a partir de un viaje de seis meses efectuado en 1980, reuniría lo mejor y lo peor de V. S. Naipaul de no ser por que tuvo su continuidad, quince años más tarde, en otro viaje y otro libro, Al límite de la fe, que no haría sino profundizar en la herida que el escritor creyó estar abriendo, una herida que se grabó, sobre todo, en su propia mente, en una estructura y un sistema de pensamiento empachado de sus propios prejuicios, de su propia fe, de la convicción de que su opinión es sinónimo de la verdad. Y es que, emocionado, agitado y preocupado por el triunfo de la revolución islámica en Irán, capitaneada por el imán Jomeini en 1979, Naipaul decide visitar cuatro países en los que la religión y cultura islámica parece estar imponiéndose sobre los mitos, la memoria, las leyes y los hábitos autóctonos -Irán, Pakistán, Malasia e Indonesia-, con intenciones de demostrar la profundidad de la neurosis islámica pero retratando, como cualquier lector podrá comprobar, su propia neurosis, su malestar, su odio, su arrogancia y sus miedos más pueriles. Afirmaciones como la de que la visión ahistórica de los fundamentalistas no ofrece nada, sino que empuja a una fe implacable y ofrece un desierto político, o la respuesta que da a un malayo que reniega de la cultura americana tras visitar Estados Unidos, sugiriéndole que visitó el país con una idea fija, lo cual le empujó a perderse algunas cosas, incluso la confesión de realizar alguna entrevista en la habitación de su hotel de lujo, en la cama y con el pijama puesto, bien podrían retornar a su empacho como un bumerang del razonamiento. Qué lejos se encuentra este viajero del espíritu libre y abierto de un Kapuściński, siempre dispuesto a aprender, alguien que no posee la rigidez integrista de Naipaul, que profesa una religión llamada Occidente con idéntico fanatismo al apego al Islam de las personas que entrevista a lo largo de estas páginas.
Ignorando el pasado de los países por los que viaja, apenas deteniéndose unos párrafos para mencionar la cicatriz colonial de Malasia o elogiar al régimen militar de Indonesia, ignorando los efectos del mercado global sobre la sensibilidad social y política de un pueblo, buscando solamente aquellos registros que impliquen verificar un veredicto redactado antes de partir (“El Islam santificaba la ira, la ira por la fe, la ira política… Y en aquel viaje yo había conocido a más de una persona sensible dispuesta a aceptar grandes convulsiones”, redacta en el último capítulo), convencido de que su intuición es sabiduría, Naipaul apenas ofrece en su registro literario el beneplácito de haber disfrutado de traductores y guías que eran buenas personas, con una mirada condescendiente, como la de Don Quijote hacia Sancho Panza, y al igual que este, convencido de estar luchando contra gigantes, unos monstruos que él se ha ido inventando o que alguien ha inventado para él; el resto de la gente es mero mobiliario narrativo. En este sentido, este libro contiene un mensaje peligroso, gasolina que arrojar a una hoguera sobre la que convendría verter agua, como quiso hacer Edward Said. Cabe preguntarse cuál es el ánimo de un viajero que describe un Pakistán cutre y atrasado, un Irán sangriento y confuso, una Malasia enferma de abusos y cólera, una Indonesia transformada en un jardín del que se está apoderando la hiedra venenosa. Uno no deja de cuestionarse, más aún comprobando el talento de este hombre para la escritura, a qué se debe su escasa sensibilidad, su elaborado narcisismo, la parcialidad de su erudición; uno no deja de sospechar que esa postura colonial, en la que considera que el mal es intrínseco a los islamistas, con tanta presencia de adjetivos que remarcan lo sórdido, lo mezquino y lo ridículo, en realidad está fermentada sobre un lecho de cobardía. Tanto odio solo puede ser su propia hiel acumulándose en la mirada.

 Fuente: Quimera


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