sábado, 13 de enero de 2018

EL FIN DEL HOMO SOVIETICUS

El fin del “Homo Sovieticus”
Svletala Alexiévich
Traducción de Jorge Ferrer
Acantilado
Barcelona, 2016
643 páginas

“Así fue el socialismo y esa es la vida que tuvimos”. Y luego resistimos una descarga eléctrica de muchas horas de lectura, una droga que nos imposibilita separarnos de esta obra maestra de la crónica, del reportaje, del periodismo, de la narrativa, del ensayo, de la historia, de la literatura, del reflejo de la vida. “No solíamos hablar de ella antes. Pero ahora que el mundo ha mutado incontrovertiblemente, aquellas vidas nuestras interesaar a todos, no importa cómo fueran, eran las vidas que nos tocó vivir”. Duras, en ocasiones siniestras, siempre puro realismo social y puro realismo emocional. Vidas arañadas por la guerra o por conflictos tan graves como la guerra: la miseria, la violencia, el hambre, el látigo, el frío extremo, el desgarro de la marginación o de la separación de los seres queridos, que es otra forma de perder la vida. Porque solo existe una forma de morir, pero son innumerables las maneras en que uno puede perder la vida, y todas ellas supone brutalidad. Porque no hay nada más brutal que vivir contra las aristas y las púas de una existencia aferrándose a la mera necesidad animal de seguir respirando. “Siempre ha atraído ese espacio minúsculo, el espacio que ocupa un solo ser humano, uno solo… Porque en verdad, es ahí donde ocurre todo”. Sí, Svletana, la vida de un hombre es la de toda la humanidad, la que pisa hoy la tierra, la que la pisó ayer, la que la pisará mañana.
Esta obra maestra recorre todas las generaciones del siglo XX y parte del XXI en países de la antigua unión soviética. Desde la Primera Guerra Mundial a la xenofobia moscovita. Porque, como en todas las crisis, la culpa se le atribuye a los refugiados, a los inmigrantes desahuciados, a los que arañan cualquier puerta mientras desfallecen, para pedir un jornal de hambre a cambio de limpiar letrinas. En ningún momento, ni con el controvertido estalinismo, ni con el auge del falso imperio de la Unión Soviética representado en unas bodegas repletas de misiles nucleares, el “Homo Sovieticus” ha sido libre. No existe libertad mientras exista la falta de las necesidades básicas para una sola persona, la falta de comida, de un lecho, de abrigo; y también de cariño y de aire libre. Y mientras exista el miedo. “La libertad es no haber conocido jamás las palizas, aunque no viviremos lo suficiente para ver a una generación de rusos que no las conozca, porque los rusos no comprenden la libertad, necesitan del cosaco y del látigo”. Y más adelante: “La libertad, en fin, es llevar una vida en la que uno no tenga que preocuparse por la libertad”. Y en los países que componían la Unión Soviética, a lo largo de estos cien años de historia, Por uno u otro motivo, “cuanto más se hablaba de libertad, cuanto más escribíamos la palabra, más rápido desaparecían de los escaparates de los comercios el queso y la carne, la sal y el azúcar”.
Esa última expresión ya no es de la autora. Ya es parte de uno de los testimonios. Al igual que en las obras que hemos visto publicadas anteriormente, sobre Chernóbil, sobre las heridas de la guerra en los veteranos o en las mujeres, Alexiévich desaparece como interlocutora. Pero está siempre presente, con una objetividad que deja sobre el tapete todas las dudas. Su estrategia es muy sencilla: “Usted no aparta los ojos como hacer todos”, le comenta una de sus entrevistadas. Ni aparta los ojos ni guía sus discursos con preguntas. En cierto modo, les ofrece un momento de terapia del que salimos con más dudas que certezas. Tal vez el comunismo no fuera un mal cimiento político, pero su versión soviética sin duda dio más dolor que beneplácito. Mucho más. Porque Alexiévich no le vuelve la cara al dolor, por muy extremo que este sea. Y para ello no le importa charlar en la cocina, como es costumbre entre los soviéticos. Desde allí conocían el mundo y en buena medida no les resultaba tan trágico, hasta que pudieron poner en marcha otra de las herramientas básicas de la libertad, que es la imaginación. Llega un momento en que cada uno se plantea la cuestión de “¿qué sucedería si…?”. Y entonces no solo narran sus biografías, sino que en esa narración va todo el socialismo emocional, el realismo social, la distopía que no ha dejado de ser este territorio. No ha existido, al parecer, ninguna época que no fuera miserable, tanto para los que perdieron las batallas como para los que creen que las ganaron. Porque siempre está presente el hambre y el injusto reparto de la riqueza. La injusticia que se graba hombre a hombre en la memoria colectiva, hija de la guerra, capaz de aniquilar lo que de humano abrigaba mucha gente. Capaz de arrojar al vecino contra el vecino. Y mientras tanto, iluminados políticos se han paseado como figurantes por las pasarelas de los periódicos. Unos con regímenes de terror, otros como estrellas del cambio. Pero ellos son un efecto colateral y una maldición.

Alexiévich vuelve una y otra vez a las delaciones, a las torturas, a la gente que se cuestiona si existe algo sagrado, a quienes no creen en la patria y a quienes les inculcaron que sin patria, sin patria geográfica, no existe valor moral que valga. No importa la edad de la gente a la que va a buscar, dado que siempre se trata de gente que ha vivido. Porque vivir depende de la intensidad de sentimientos, aunque estos arrasen los veintiún gramos y conviertan en ceniza el aire dentro de los pulmones. De tal manera, que a lo que nos enfrentamos al animal que existe dentro de cada hombre. Un animal desatado en unas extrañas verborreas, producto de la casualidad de poder expresar lo que callaron. Y saber que su testimonio podría ayudar a alguien. La literatura de Alexiévich es la literatura de la empatía: lloramos, sufrimos, pasamos hambre con ellos, y con ellos sentimos que es momento de rebelarnos. Pero también que nuestras fuerzas, la energía de cada uno, puede no ser suficiente, puede estar apagándose. No siempre tenemos el arrojo suficiente para seguir adelante. Alexiévich consigue que cuando recibamos la noticia de la muerte de uno de sus entrevistados, nosotros también fallezcamos un poco con él.

Fuente: Culturamas

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