miércoles, 10 de enero de 2018

EL AZAR Y EL DESTINO

El azar y el destino
Viajes por Latinoamérica
Cees Nooteboom
Traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal
Siruela
Madrid, 2016
251 páginas

La historia del azar

Durante un encuentro en un programa de radio, en el que Bertrand Russell cotejaba sus opiniones religiosas con un alto cargo de la iglesia protestante, el ministro de Dios, cansado de las refutaciones, una a una, del filósofo a todos los argumentos históricos que han probado la presencia de un creador, llegó un momento en que echándose el peso de toda la fe a las espaldas, conminó a Russell: “Entonces”, dijo, “¿usted cree que todo esto es obra del azar?”
El azar. La suerte, el destino. La invitación a responsabilizar al filósofo más popular, y sensible, del momento a verter al espacio la idea de que detrás de tamaño invento no hay ningún plan. Que el Big Bang fue el choque fortuito de dos electrones o algo por el estilo. Hay que ser valiente para pensar que las hermosísimas imágenes que graba el telescopio Hubble y el amor entre adolescentes que se besan apoyados en un coche es fruto de la casualidad, de la buena o mala fortuna.
Russell respondió con holgura: “No veo por qué no”.
Esa idea, la del azar como plan que da consistencia al universo, es probablemente la más consistente. O los termiteros y las supernovas son obras del azar, así como la muerte de un motorista y la bandada de estorninos que traza lacerías en el crepúsculo, o no hay muchos otros dioses que valgan. Y el trazo del azar a lo largo del tiempo, que también es obra de los hados sin nombre, es lo que llamamos destino. Conocemos el destino de los protagonistas del pasado. Y sobre esa certeza, Cees Nooteboom (La Haya, 1933) traza sus viajes por Latinoamérica desde que el mundo era joven.
Siruela recoge en un volumen esas cuantas tierna imprecisiones, como diría Borges, que desde los años cincuenta ha ido escribiendo el gran escritor holandés, enamorado, entre otras muchas cosas, de la lengua que en España conocemos como castellano y en el extranjero como español, porque no siempre coincide, a pesar de que nos entendamos con tanta facilidad. Eso siempre que consideremos que entendernos es descifrar las frases de los otros.
Nooteboom, inquieto desde la juventud, comenzó por embarcarse en un barco carguero para viajar a Surinam, todavía colonia holandesa, enamorado de la melena de una belleza tropical. Ya en los primeros textos, juveniles y con cierta falta de aplomo, demasiado envarados para no perder la intención, se apunta a ese escritor viajero que luego se iría desarrollando, hasta crear un estilo propio. ¿Qué caracteriza el estilo del eterno candidato al premio Nobel? En primer lugar, como se comprueba en su evolución, una aproximación a la poesía en prosa. Pero da la sensación de que pretende no caer en el terreno poético, en un lirismo que roza la descripción, pero que inevitablemente existe, pues en su conjunto lo que más refleja es lo que le entra por los sentidos. Sin embargo, cierta contención coloca al lector en una distancia intermedia en la que cabe todo el mundo. Esa distancia es, necesariamente, la del hombre solo. Apenas cabe lugar para la interacción con otros viajeros, pero sí algo con la gente del lugar. Sobre todo en su etapa más juvenil, en Surinam, en Bolivia, aunque es casi nula en México e incluso durante la travesía en que dobla el Cabo de Hornos.
La soledad buscada hace de él un viajero un tanto desconsolado. Y, por otra parte, nos da la impresión de que se trata del único viajero que en los años ochenta, por ejemplo, se adentraba en los alrededores de Oaxaca o Puebla sin guía turístico. El viajero solitario se detiene con ahínco en los detalles, en las escenas que son lo contrario a la postal. Aquí y allá, en los momentos precisos, Nooteboom demuestra brillantez en los símiles en que se apoya para detallar. Por otra parte, a medida que crece como escritor, las pequeñas disquisiciones históricas se incrustan en los descansos a los que se ve obligado, por crecer también en edad, ya que su pretensión es la de ser un viajero en movimiento. Esas disquisiciones toman como punto de partida, frecuentemente, la historia o lo que conocemos como historia, eso que se refleja, sin ir más lejos, en los murales de Rivera. Es en su paso por México donde más se justifica el título de esta selección de textos: repetimos, para Nooteboom la historia es una de las manifestaciones del azar. Y su fruto se conoce como destino. Si lo es para el universo y para el individuo, también lo será para los países y las etnias. Aunque en ciertos lugares, como Bolivia, esa historia que conduce al destino sea una maldición. En su paso por este país, en la década de los sesenta, encuentra siempre motivos para una revolución popular. Pero no sólo es ahí donde la prosa casi poética de Nooteboom está al servicio de la denuncia y a favor de los desfavorecidos. Esa inquietud es la que le hace plantearse las playas de Brasil como una farsa en contraste con las favelas.

Nooteboom introduce en el libro poesías escritas sobre la marcha en las que se reflejan idénticas inquietudes a las que mantienen las crónicas en movimiento. Son licencias, momentos de reposo, aliento necesario para el viajero fatigado de tanto mirar la parte de atrás del mundo de las postales turísticas, donde está escrito el azar de la historia de la gente.

Fuente: La línea del horizonte

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