martes, 3 de octubre de 2017

PEQUEÑOS TRATADOS

Fuente: Revista de letras

Pequeños tratados
Pascal Quignard
Traducción de Miguel Morey
Sexto piso
Madrid, 2016
908 páginas

Nostalgia de la conversación



La expresión la utiliza el propio Pascal Quignard (Francia, 1948) refiriéndose a los ensayos de Montaigne: nostalgia de la conversación. Efectivamente, la lectura de los textos de Montaigne nos remite a un hombre cuyo deseo es reflejar el diálogo con algún semejante. Dada la imposibilidad y el momento crepuscular que cree estar viviendo, ese echar de menos se compensa con la glosa de la reflexión. Pero esa misma expresión se podría referir a estos Pequeños tratados de Quignard, que Sexto piso trae a las librerías en una bonita edición en dos volúmenes, con su cofre, y una muy cuidada traducción de Miguel Morey. Cada momento, desde el que ocupa una línea hasta los que se extienden a lo largo de cuatro o cinco páginas, es un apunte sobre la veleidad de Quignard, que se ve privado de un conversador que participe de su erudición y su gusto por los rompecabezas filológicos, por culpa, seguramente, del destino que no maneja.
Que es, pues, lo que está en su mano. En primer lugar, ese proyecto para una moral del que solo se atreve a referir el gusto por la belleza, por una belleza sin afectación. Podríamos pensar en Pascal como referente, pero Quignard busca algo más poético y abierto, una idealización o un ideal que solo se atreve a reconocer en la lectura. Pero sin afirmar nada. Siempre dudando: “¿De la violencia de qué deseo purga leer”?, se pregunta. Todo lo que tenga que ver con la historia y la filología del libro, de la lectura, del texto, de la comunicación, de la lengua, de la literatura entra en estos fragmentos construidos a base de disociar y de asociar. En estas disociaciones y asociaciones se permite una libertad muy entera, hasta el punto en que nos preguntamos si se está tomando a sí mismo en serio, y de hacerlo en qué grado. El traductor, en un prólogo que debemos leer, nos advierte de este hecho, dada la etimología y la forma final que tiene la lengua en la que se expresa, que es el francés. De hecho, algunos de los textos pueden parecer que no son muy limpios o que son pirotecnia, si no se reconoce su origen y el trabajo de un traductor a quien no le queda más remedio que recurrir a los barbarismos. Aunque en general los explica en condiciones.
Los Pequeños tratados, por otra parte, nos remiten al encuentro ocasional con la sabiduría, siempre y cuando reduzcamos la misma a la condición de serenarse. No existe sabiduría si no ayuda al reposo. Ni siquiera cuando lo que plantea sean enigmas, variaciones sobre un mismo tema que culminan en interpretaciones abiertas. Tal vez, Quignard crea que el vacío es el lugar donde mejor se descansa, algo que deberíamos plantearnos si pretendemos viajar libremente para quedarnos allí donde nos encontremos cómodos. La escritura de Quignard puede ser automática o reflexiva. En el segundo caso, hay que mencionarlo, nos recuerda al Libro del desasosiego: la literatura se arrima a lo vital. En el primero, Quignard muestra su gusto por las paradojas y las aporías, con frecuencia obra de la etimología o de la reducción etimológica. La sensación que se impone es la de que el equilibrio es lo que se encuentra a mitad de camino entre lo comprensible y lo incomprensible. Si no aceptamos que una buena parte de los acontecimientos y las reacciones no las podemos entender, difícilmente podremos descansar.
Todo esto, el lenguaje y la lectura, el proyecto estético que es duda y la memoria, que es su herramienta de trabajo, atiende a la construcción del pensamiento. Lo que no logramos pensar mediante el lenguaje pertenece a lo salvaje. Aunque el lenguaje y la literatura tampoco será lo que nos redima. Es una religión sin mito. Roba la magia e impone el misterio. Como tal, se va construyendo en base a tríadas: libro/página/papel; voz/trampa/retórica/; lengua/experiencia/silencio; metamorfosis/ transporte/trazo; imagen/designar/esconder. Y, por supuesto, la música, siempre presente en la obra de Quignard. Las referencias, como no podría ser de otra manera, son a los clásicos griegos y latinos. Dado que las primeras formas de literatura no fueron escritas, la lectura, entiende Quignard, es parte del cuerpo. De ahí que la reflexión, también parte del mismo cuerpo del que nace la literatura, sea sobre la reflexión; de ahí que pensar nos dignifique con una naturaleza sentimental. Y que si existe una forma de cultivar la lengua, se atreva a hablar de la agricultura del lenguaje. Tal vez en eso consistan estos Pequeños tratados, en una selección de lo que se menta o no, como quien selecciona las mejores semillas para cultivar en la tierra de la que dispone.
Pero no siempre es tan profundo. En ocasiones se aprovecha de la etimología para establecer un juego literario. De la etimología extrae nuevos sorprendentes significados, distintos de los que se han impuesto a través del consenso social. Y el lenguaje, como nuestros cuerpos, también pertenecen a los social. En ese sentido, son las dos únicas propiedades universales que poseemos. Quignard se aprovecha de esta universalización para contar con que sus Pequeños tratados poseen diversos estratos de lectura. De alguna manera, y en algún momento de forma explícita, esta ciencia que es la lectura, con sus estratos, no es ajena a la lucha de clases. Pero no es ese el tema principal que unifica esta obra. Más bien, se diría, Pequeños tratados trata sobre la decadencia, o advierte sobre la decadencia de la lengua, de la lectura, que se refleja en la pérdida de contacto con la naturaleza.



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