jueves, 26 de octubre de 2017

ESCRITO EN EL JARDÍN

Escrito en el jardín

Xuan Bello

Xordica
Zaragoza, 2017
153 páginas

Se nombra a Paul Valéry o a Juan Ramón Jiménez, por su exactitud y su amplitud al hablar, al escribir, porque Xuan Bello (Paniceiros, 1965) trata al lector como a un amigo. Y, sin embargo, a medida que uno va conociendo más el proyecto literario de Bello, que no es grande, pero no le falta la sinceridad de quien escribe sobre lo que ama, a quien más vemos reflejado es a Antonio Machado. Como el poeta andaluz, residente en Soria, presta atención a las cosas pequeñas, cuya suma da algo más que el total del mundo. Ese algo más se llama poesía. Escrito en el jardín sigue siendo un conjunto de cuadros recogidos en diversos instantes. Captar el instante supone mucho más que una fotografía, supone sacrificar todo para ser uno mismo y reconocer que la visión que muestra ha pasado por el humo de las sensaciones. Y las sensaciones se gestaron en la memoria. Recordar, recordar y recordar, en eso consiste la literatura, en renovar el placer de aquel momento, en intentar volver a sentir de nuevo lo que se sintió entonces. Sabiendo las cicatrices que traza el tiempo, hay que ser muy valiente para intentarlo. Como lo fue Machado, un poeta más del pasado que los otros que van apareciendo por el libro. Como lo fue Claudio Rodríguez, a quien le señala un viejo poeta portugués como el mejor de su generación, por encima de Ángel González o Gil de Biedma. Machado y Claudio Rodríguez eran poetas más libres que los otros, demasiado encadenados al proyecto estético, y Xuan Bello es, en ese sentido, un seguidor de su escuela: las cosas libres son los homenajes a las cosas que nos hicieron libres en el pasado.
Y el pasado soy yo. De ahí que, sabiendo que uno termina por escribir sobre sí mismo, Bello escriba más con rumor que con definiciones. El riesgo que corre es que se le tache de ambiguo, pero sus amores están bien a la vista: lo sencillo, lo rural, la distancia corta, los animales de compañía, la estancia en Roma sin dinero en el bolsillo o la emigración del abuelo. Evitando las palabras que se utilizan en los tópicos líricos, Bello elige así su identidad, su itinerario por un pasado vinculado a un afán de ser curioso. Los capítulos pueden ser cortos, pero como en un trazo de un buen conversador, puede ir asociando ideas, hasta terminar el párrafo preguntándose cómo ha llegado allí si la pregunta era otra.
Fiel a su idea de que el tiempo pasado fue feliz, no cae en el lamento, pues está convencido de que ese pasado es, a su vez, promesa de un próximo tiempo feliz. A lo único que se resiste, es a la velocidad del tiempo. De ahí su búsqueda de un lugar apartado de la civilización para vivir, con un jardín y varios gatos, que son los animales más ajenos al sentido del paso de las horas que puede uno encontrar. Y así traza su mapa del universo, una vez más, que es el que cabe en un grano de arena. Y así nos lleva de la mano, de nuevo, por paisajes que en algún momento han estado ocultos por la niebla.
Fuente: Culturamas

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