sábado, 7 de octubre de 2017

DOS TONELADAS DE PASADO

Dos toneladas de pasado
David Torres
Sloper
Palma de Mallorca, 2015
219 páginas


Estas son algunas de las reglas que en mayor o menor medida regulan la construcción del relato norteamericano, ese que se enseña en los talleres de escritura creativa: un final sorprendente reducido a las dos o tres últimas líneas; los problemas de comunicación o la incomunicación o los diálogos en paralelo, es decir, sin diálogo; un estrato más o menos profundo de algo más o menos misterioso, sino siniestro, aunque sea suavemente; la ocultación de los rasgos que constituyen la razón de la actuación del personaje, mientras sabemos qué piensan de él los demás a partir de tres o cuatro adjetivos; el realismo de tal o cual calidad o, para abarcar a casi toda la escuela, la alegoría de la nada. Todo ello está presente en los relatos de David Torres (Madrid, 1966), además de su conciencia europea, esa que le lleva a cuidar el sonido de la prosa, a saber que no debería narrar dos historias diferentes con idéntico lenguaje.
Dos toneladas de pasado es una recopilación de algunos de sus relatos, un libro que, por tanto, no está pensado como un volumen único. Así pues, cada narración tiene su enjundia y cada una de ellas debería ser explicada por separado. La norte del Eiger abre el volumen, un relato de juventud en el que dos personas que no son alpinistas acuden a una de las mecas de este deporte buscando una explicación. Pero esa explicación no tendrá lugar, jamás podrá ser puesta en palabras, porque las palabras pertenecen al reino de la razón y el reino de la razón a la inteligencia que manipula la materia gris. Mientras que aquello por lo que se mueve la gente es mucho más instintivo, porque el amor es más instinto que razonamiento, y la pasión y el entusiasmo. A continuación viene el relato que da título al volumen, Dos toneladas de pasado, que surge de un encuentro con borrachera de por medio, entre tres amigas. Una de ellas pretende transformar el síndrome de Diógenes en arte; otra las fotos de familia, también en arte, y la tercera quiere inventar un relato de ciencia ficción. El azar provoca que alguna de ellas pueda inventarse un personaje distinto al que es, lo cual permitirá descubrir su propio secreto.
La guardia nocturna versa sobre esa idea de que todo lo que sucede te roza, pero que uno no es capaz de hallar sentido entre tanto roce hasta que se imponen dos sabores: la locura y la sangre. Escenas del paraíso es un desencuentro de una pareja, en la que ella accedió a llevar la vida de él, la de un arqueólogo tipo siglo XIX, hasta provocar la desaparición del buen salvaje; y en este caso, bueno es lo mismo que rijoso. Mal fario presenta un personaje con la imperiosa necesidad de inventarse ser alguien, por muy cutre que ese alguien sea. La ciudad según Paul Taylor es, por encima de todo, un buen ejercicio de estilo, tomando como referencia a Borges. Mutilaciones recuerda un poco a algún relato de Roald Dahl, aunque aquí alguien pretende hacer del gore una denuncia artística, sin saber muy bien qué es lo que se está denunciando; o sea, que bien puede estar definiendo qué es la locura. Rey de Ítaca es una demostración de que las historias que merecen ser contadas son las historias clásicas, bien mezcladas con las historias de los perdedores. Preparativos habla sobre esa soledad que sentimos, que sabemos, que es la única compañía en los momentos duros; la soledad, o también el ángel de los sueños, ya que los sueños expresan miedos o deseos.

El libro termina con El último concierto de Toño Balandros, una novela corta escrita a varias voces, en la que cada una de ellas crea al mismo personaje, que es distinto, a su vez, para cada uno de los miembros de un espantoso grupo musical. Su trayectoria artística acabó mal, pero siempre quedó un poso de lealtad que sirve un poco para ayudarse, y también para tener la confianza suficiente como para ponerse verdes unos a otros, y reunirse para meterse en un gran lío. Con esta narración termina una recopilación de relatos que mereció la pena rescatar.

Fuente: Culturamas

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