viernes, 6 de octubre de 2017

DE MÚSICA LIGERA

De música ligera
Aixa de la Cruz
451
Madrid, 2009
236 páginas

Los cristales rotos



Es inevitable caer en la tentación de valorar el esfuerzo y los logros de Aixa de la Cruz en función de su edad. Con apenas veinte años, ha escrito una novela bastante digna basándose en la táctica de tirar un espejo roto contra el suelo, y luego presentar fragmentos del espejo que todavía guardan las imágenes que este reflejó. De ahí resulta una estructura sincopada, de párrafos cortos y episodios breves, que se yuxtaponen de forma que el lector deba hacer su esfuerzo para reconstruir las dos historias que aquí se cuentan. Existe, eso sí, un nexo, una línea de actuación temporal, a partir de la cual nacen las ramas de ambas narraciones, y esta línea es una conversación en un bar, a altas horas de la noche, en la que coinciden los dos protagonistas. El primero de ellos es un hombre que, tras sobrevivir a un accidente siendo niño, padece una serie de traumas neurológicos que no le impiden crecer dentro del mundo musical, en la línea del hijo de Kenzaburo Oé. El segundo es una muchacha que procede de un mundo social que reniega del sistema, tratando de construir su propia identidad, sus propios esquemas de conciencia, pero que está siendo derrotada, pues al día siguiente debe firmar una hipoteca. Esta conversación, que trata de reproducir la que cualquier pareja de desconocidos podrían mantener mientras ahogan sus penas en cerveza, remarcada por las frases sin sintaxis de uno de ellos, acaba por resultar poco convincente, un tanto inverosímil. Y es que conseguir que un diálogo sea creíble y al mismo tiempo acompañe a la narración, haciéndola avanzar, es una ciencia para la que Aixa todavía se está preparando.
Por otra parte, estos fragmentos de la conversación se insertan en el relato para justificar un cambio de escenario, interrumpiendo con frecuencia una escritura que sabe mantener el tono, como si la autora desconfiara de su propio pulso. Se produce así la impresión de que no exista un plan previo, de que sólo se nos pretenda llevar de un testimonio a otro, de una situación a otra, algo que, por otra parte, reproduce la experiencia de vivir, la fragmentación del mundo. Pero una novela también se construye con el tiempo: es tiempo. De ahí que resulten innecesarias esas digresiones metaliterarias que en ocasiones se injertan, producto de un exceso de conciencia del narrador que se esfuerza por crear una novela en la que los diferentes capítulos son flashbacks y flashforwards –“… el desenlace es inevitable, porque estamos en el plano de la ficción, un mundo paralelo bastante cruel y extraño…”-, así como la impresión constante de ver estos episodios cercenados demasiado pronto, dado que el estilo de Aixa de la Cruz es de una facilidad y una solidez suficiente como para que resulte frustrante que no se mantenga con constancia en lo puramente narrativo.
El lector moderno “da por supuesto que toda obra literaria esconde un secreto que revelar, un reto”, confiesa la narradora en una de sus digresiones, una divagación que debe reconciliarse con la frase que Bob Dylan dijo a los Beatles, y que en esta novela se reproduce: “Chicos, vosotros no decís nada, no tenéis nada que decir”. Aixa de la Cruz parece poner todos los medios para esconder un secreto detrás, o delante, de sus dos personajes, dos seres marginales que deberían significar algo, ser algo que decir, que sufren problemas de comunicación, construidos por la música y por las fonotecas, que se esfuerzan por mantenerse a flote en cada uno de sus días y cada una de sus noches, manteniendo una distancia en la que no maldice a la existencia más vulgar, la que representan todos los que no son los dos personajes principales, ni bendice a ninguna de las dos generaciones representadas. Y mientras tanto, aprovecha para dictar fragmentos de unas vidas que ella se ha propuesto construir. No da la impresión de que De música ligera sea una novela que se le haya impuesto a su autora, aunque sí lo sean sus protagonistas y los miedos de sus protagonistas. Pues la novela está muy cerca de versar sobre eso, sobre el miedo a la realidad, a lo cotidiano.


Fuente: Quimera

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