jueves, 5 de octubre de 2017

CUERPOS SUCESIVOS

Cuerpos sucesivos

Manuel Vicent

Alfaguara
Madrid 2003
207 páginas
17,50 euros


Manuel Vicent ha escrito una novela sin perfiles. Afortunadamente. Sabedor de la potencia y belleza de su estilo, Vicent se ha propuesto hablar del amor, algo que carece de un contorno definido, reflejado en las pasiones más brutales y en la derrota que la vejez supone para los cobardes. Para lograrlo ha creado dos protagonistas en los que se funden a un tiempo los extremos: son a la vez orgullosos y miserables, tímidos y vehementes, voluptuosos y temerosos de la muerte, de espíritu atormentado y cuerpo improbable. Porque los referentes de la novela se encuentran en la poesía de amor, en la cultura neoclásica y romántica y gótica, en las vidas de Virginia Woolf y el grupo de Bloomsbury, quienes fundían la estética y los vicios decadentes. Y así el maduro profesor de literatura y la joven violonchelista van repasando sus lances de amor, que son encuentros de pasión ardiente hasta el sadismo físico y moral, mientras viven el propio, una historia condenada al desenlace fatal a no ser que la magia acuda en su salvación. Pues será la magia, lo místico, lo espiritual, lo único capaz de librarnos de los peligros del amor, que en este caso, parece decirnos Vicent, son los peligros del sexo sin límites: la licantropía, el vampirismo, las prácticas sadomasoquistas, el esoterismo, lo diabólico. Consciente de la fortaleza de su forma de mirar, que pasa necesariamente por las virtudes de su estilo, la prosa llena de luz de Vicent sirve para poder observar de frente a todos estos vicios, a unos fragmentos de vida que a pesar de su corrupción pueden ser entendidos como una forma de belleza muy grave. Tan sólo cabe lamentar que en los diálogos el autor siga rigiéndose por idénticas pautas sin otra justificación que la mitomanía de los protagonistas, lo cual crea un inmerecido aire de irrealidad, y también es censurable una tendencia a lo solemne difícil de mantener durante doscientas páginas sin caer en la monotonía. Por otra parte, sí acierta en la imagen de una ciudad irreal, desdibujada, que sirve de escenario. Porque los perfiles no importan. Importan los entes de pasión colmados de sensaciones, importa la belleza adolescente, la magia del alma, el azar, los recuerdos y todo lo que pudiera significarse bajo una expresión tan imprecisa como “matarse de amor”. Aunque lo mejor de Manuel Vicent nos sigue llegando en forma de culto a la memoria o en distancias más cortas, cabe recibir con interés esta novela breve que busca consagrar la idea de que el amor son los mordiscos que perfuman los corazones... y los cuellos.

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