jueves, 19 de octubre de 2017

AQUÍ NOS VEMOS

Aquí nos vemos
John Berger
Traducción de Pilar Vázquez
Alfaguara
Madrid, 2005
217 páginas
15 euros

Donde se encuentra la vida



En la solapa del libro, bajo la foto del maestro (pues de ninguna otra manera cabe calificarlo) John Berger, en el texto biobibliográfico, se le cataloga como uno de los pensadores más influyentes de los últimos cincuenta años. Este comentario, tan lleno de bonhomía, no deja de ser un error, o al menos un tópico que se debería completar, porque el pensamiento de Berger es, sobre todo, el de quien persigue la verdad poética. De ahí que su afinidad con el campesinado no resulte paradójica en alguien que tan bien sabe leer el arte. Y de ahí que sus obras maestras sean los relatos de Una vez en Europa (segundo volumen de la trilogía De sus fatigas) y sus personalísimos análisis de imágenes, y que textos tan dispares reflejen una misma esencia del conocimiento.
Ahora bien, para aquél que todavía desconozca su obra anterior y quiera saber a qué nos estamos refiriendo, no le vendría mal dedicar unas horas a leer este volumen, Aquí nos vemos, tan extraño como soberbio. El libro recoge nueve textos nómadas en los que el pensamiento poético de Berger viaja, a través de una memoria en la que hasta los fallos están delicadamente medidos, hacia la consistencia de lo más espiritual que configura sus días. El libro es una recapitulación sobre lo que ha vivido, una selección del aprendizaje sensual, trayendo al presente lo que compuso eso que uno llamaría alma si no fuera porque este vocablo ha perdido su entereza y, al igual que el sustantivo amor, carece de fortaleza para formar parte de un discurso coherente. De hecho, en ningún momento aparecen palabras de las familias de estos dos términos, ni siquiera cuando encuentra algo que debe ser el fantasma de su madre compartiendo minutos con él mientras pasea Lisboa. Su madre y Lisboa son la primera persona y el primer paisaje elegido de entre los que le formaron. Después vendrá Ginebra y la poesía de Borges, Cracovia marcada por la guerra, el barrio de Islington donde vive su amigo de juventud, Le Pont d’Arc y lo que nos hace menos humanos que los hombres de Cro-Magnon (“En lugar de enfrentarse a los misterios, la cultura de hoy persiste en evadirlos”), el horrible hotel Ritz madrileño, la estepa polaca tan colmada de vida, y un interludio sobre la función sensual de las frutas dentro de la Creación.
Ojala fuera cierto que Berger es uno de los pensadores con mayor influencia en el Mundo, pues a este planeta no le vendría nada mal un poco más de poesía, ideas como esta en la que se refiere a su madre: “Todos los libros tratan del lenguaje, y el lenguaje para mí es inseparable de tu voz”. O esta otra con la que resume la sensación de pasear por una plaza de Cracovia: “Aquí no hay seguridades. Lo más cercano aquí a la certeza son las abuelas”. También está el reconocimiento de la sabiduría en los demás, como hace cuando pone en boca de su amigo de Islington, cuya presencia le lleva a recordar a la muchacha con la que descubrió que el sexo estaba aderezado de una estética dorada, y que resume la senectud: “Desde hace algún tiempo necesito mucha tranquilidad por la mañana para poder enfrentarme a él (el día). Todos los días tienes que decidir ser invencible”. Y no olvida su faceta de estudioso de arte, concluyendo, sobre las pinturas rupestres que visita: “Estas pinturas sobre la roca se hicieron donde ya estaban para que existieran en la oscuridad”.
Aunque todo es imprescindible, lo mejor, sin duda, llega al final junto a la historia de Danka y Mirek, en los parajes de la Europa del este donde las cosas suceden de forma tan distinta y tan poco compleja, al menos desde su punto de vista, al menos desde su prosa, al menos desde su sabiduría: “Creo que todos fuimos a Moskie Oko para ver lo que hace el tiempo sin nosotros”.


Fuente: Tribuna/Culturas

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