jueves, 5 de octubre de 2017

AHORA TOCAD MÚSICA DE BAILE

Ahora tocad música de baile

Andrés Barba

Anagrama
Barcelona, 2004
264 páginas
14 euros



Hay una categoría de personajes que se engancha al interior de la piel del verdadero novelista, que es la de “los que quieren comprender”. Así es como Andrés Barba está definiendo, poco a poco, su proyecto literario, el de un escritor que se sumerge en lo que desconoce sin importarle salir con las manos pringosas de realidad, porque es precisamente la realidad lo que necesita comprender. Como sus personajes. De ellos sabemos, o Barba quiere que sepamos, que viven con lo puesto, que han construido su existencia con la entereza de un castillo de naipes y que los ecos de un golpe terminarán por derribarlo. También nos presenta qué ha significado la familia para ellos a través de los actos propios de una familia real: casarse, desnudarse, hacer el amor o enterrar a sus muertos. Hasta tal punto llega a expresar sus intenciones Barba, que para buscar un argumento en la novela tendríamos que remitirnos a las elipsis que separan los cuatro capítulos en que se estructura de forma poco forzada -introducción, desarrollo, crisis y resolución-, a no ser que consideremos que la periferia de una persona débil pueda considerarse una trama. Eso sí, monta los episodios con fidelidad a la época que le ha tocado vivir, fragmentada (tal y como la observaría alguien con minusvalías mentales que merecen compasión), arriesgando en la alternancia de voces y, sobre todo, en la localización de las voces. Porque este es, posiblemente, el mayor acierto de esta novela, plantear que la aparición de una enfermedad como el Alzheimer puede provocar ondas expansivas entre los lazos familiares, a modo de piedra arrojada a un estanque, y recurrir a varias distancias para reflejarlo: en unas ocasiones metiéndose dentro de la piel de los protagonistas, en otras pegándose a su piel, y en otras dominando la perspectiva de la secuencia, haciendo de testigo.
Pero la novela ofrece un problema. El buen deseo de Barba por colmar a sus personajes de sentimientos y de reflexionar sobre ellos, transforma muchas páginas de la novela en un discurso sobre la sensibilidad que explica la situación que viven, pero no hace avanzar el relato. Tal vez se deba a su formación, a las influencias de ciertos maestros, los mismos que le han enseñado a evitar las frases sentenciosas (por suerte), entre los que se nos recuerda en la cubierta a Henry James, del que no convendría olvidar ese consejo que no cesaba de repetirse a sí mismo: dramatizar, dramatizar, dramatizar. Porque el lector necesita ver cosas que por momentos sólo se oyen.
En cualquier caso, Andrés Barba ha vuelto a demostrar que es un escritor en el que merece la pena seguir confiando.


Fuente: Lateral

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