miércoles, 4 de octubre de 2017

ÁBREME CON CUIDADO

 Ábreme con cuidado
AA.VV.
Dos Bigotes
Madrid, 2015
240 páginas


Los espejos no son siempre cristales, azogues que nos devuelven la imagen más o menos espontánea, más o menos elaborada, según nuestras costumbres. Hay otros espejos más sofisticados pero más sencillos, porque son espejos colmados de un realismo vigilante, muy humano. Son espejos que no se someten a la crueldad del tiempo, que atiende a los envases de cremas y afeites sobre la repisa de falso mármol. Son los que nos recuerdan los ideales inamovibles, esos que dictan que para llegar a un fin no basta cualquier medio. Que por mantenerte dentro de ellos, merece la pena hasta que te acuchillen por la espalda. Aunque donde uno se encuentra cómodo será si ese espejo es el mismo que le devuelve la mirada en el cuarto de baño. Ser lo que parecemos y parecernos a quien nos gustaría ser. Ese es un poblado juego de infinitos espejos que se propone en esta antología, Ábreme con cuidado, en el que varias autoras contemporáneas toman como referente a grandes figuras de las letras mundiales. El otro nexo que les une es la sexualidad, la faceta homosexual o bisexual de las personas homenajeadas. Pues de un homenaje se trata, al tiempo que se trata de una reivindicación sobre la homosexualidad femenina. La aceptación social de este encantamiento posiblemente sea menor que en el caso de los hombres; tal vez por haber menos figuras públicas representando, popularizando esta faceta de la dignidad.
Ábreme con cuidado nos trae nueve narraciones apoyadas en lecturas. Faltaría una para sumar la figura redonda. Pero la vida no es un acto redondo, no es circular. De hecho, las biografías y las ficciones se enredan en un género que, por otra parte, no deja de ser histórico.
Isabel Franc escoge a Clifford Barney, alegre y aristocrática sin cuna, para describirla en la búsqueda de un perrito teckel que es una excusa para mostrarnos una inmensa mansión. Junto al escenario conocemos a pinceladas a quienes acuden a pasar allí una tarde presumiendo de la finura de los pespuntes o el dorado de los gemelos. Clara Asunción García se decanta por Patricia Highsmith, y construye un relato en el que se enfrenta a la realidad expresada en un instante de relación con la mejor amiga de Highsmith. A partir de ahí, se reproducen los lugares comunes que se repiten en la amistad y el deseo de quien quisiera haber compartido esa amistad. Pilar Bellver nos lleva de la mano al interior de Virginia Woolf, en un ejercicio de estilo que emula a la autora inglesa, redactando una carta en pleno flujo de conciencia; en una segunda parte del relato, Vita redactará la respuesta, pero no para Virginia, sino para su marido, en el que narra al detalle una velada en la que Virginia le cuenta cómo fue su primer beso durante una visita a la exótica Granada. Carmen Samit se agarra a Margarite Yourcenar en una preciosa égloga en la que se iguala la psicología y la astrofísica. Gloria Fortún se alía con Aphra Behn en un relato que es un sueño, una reivindicación de que lo más querido debería estar al alcance de cualquiera. Lola Robles no evita la tentación de identificarse con Carson McCullers, aunque por ahí aparezca también Annemarie Schwarzenbach, en algo parecido a una sinopsis de un episodio de la biografía de McCullers en el que se defiende la estética del silencio de la nieve. Carmen Nestares empatiza con Elizabeth Bishop, hasta el punto en el que lo más importante del relato es la locura, la mala combinación del amor, el alcohol y lo clandestino y la sed de huir; aunque siempre cabe la redención por el amor. Carmen Cuenca traza el perfil de Emily Dickinson con todo el lirismo de la pasión y la melancolía, porque todo existe para transformarse en poesía. Y por último, Gloria Bosch Maza descubre a la otra Gloria, a Gloria Fuertes, y a todo lo platónico que hubo detrás de su vida, de su estilo, de su emoción, de su lamento. Y así damos fin a un libro que debemos cerrar con cuidado.

Fuente: Culturamas

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